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Mi esposo me pidió que llevara un abrigo y saliera de la casa porque se venía el agua. Mi mirada se paralizó en su rostro, observé a mis hijos de tres y cinco años en sus brazos y sin preguntar siquiera, alcé a mi bebé y seguí a mi marido. Nos abrimos paso y caminamos entre la correntada hasta que alguien detuvo su camioneta para sacarnos del barrio.
Salí de mi hogar para adentrarme en un mundo de espanto y caos. En la calle me aturdieron el sonido de las sirenas y los gritos desgarrantes. Por las calles circulaban en forma desordenada ambulancias, coches de policía y otros vehículos, algunos con lanchas a remolque. Unas personas corrían atropellando y pidiendo ayuda, otras permanecían quietas gritando nombres. Familias abrazadas sin saber adónde ir. Hombres encaramados en los techos de sus viviendas. Y la ciudad en tinieblas bajo una lluvia torrencial.
El agua: protagonista principal. El agua arrasando las pertenencias. El agua borrando los recuerdos. El agua ahogando las ilusiones. El agua tragando los hogares. El agua cobrando vidas. El agua, monstruo devorador que nos hundió a todos en su gigantesco remolino de devastación.
Seguía paralizada mientras me alejaba del horror. La angustia me invadió más tarde, cuando nos encontramos amontonados en los patios y aulas de una escuela. La tristeza al ver el rostro de quienes llegaban buscando familiares y se marchaban desolados. La desilusión al observar el cielo gris plomizo cada noche y comprobar que al otro día la lluvia nos acompañaría. La aflicción al conocer la desesperación de quienes se quedaron en los techos y luego pedían ser rescatados pues el agua helada ya cubría sus piernas. La impotencia al saber de aquéllos que no tuvieron la menor posibilidad de salvación.
Por las noches casi no dormía, abrazaba a mis hijos, sus caritas contraídas en un sueño intranquilo. La tibieza del brazo de mi esposo sobre mis hombros me envolvía con incierta seguridad. Me rodeaban rostros de desolación, tristeza, dolor, impotencia, preocupación, rabia, soledad y el llanto desgarrador constante. La ropa empezaba a formar parte de mi piel humedeciéndome hasta el alma. A lo lejos una radio transmitía nombres de instituciones convertidas en centros de evacuados y me recordaba que había gente desaparecida, así como todos aquellos artículos que necesitábamos para sobrevivir en medio de esta tragedia. Sin embargo las necesidades del corazón no se podían expresar, no se transmitían por ninguna radio: nadie las cubriría, nadie taparía los huecos del dolor.
Poco a poco nos fuimos acomodando y reconociendo unos a otros, aprendiendo a convivir y a compartir. Pronto reconocimos a quienes pretendían estar en un hotel y exigían cierta deferencia. Otros sólo dormían: la forma más sencilla para no pensar, no sentir. La solidaridad de la gente nos proporcionó algún tipo de bienestar físico y también nos reconfortó, con su calidez nos secó la humedad del cuerpo y nos acarició el corazón.
La bronca me estremecía cuando escuchaba acerca de los saqueos cometidos por los buceadores nocturnos. Retenía con mayor fuerza a mis hijos cuando observaba el rostro deshecho de quienes no encontraban a sus allegados; mi pecho se cerraba cuando una voz entrecortada rogaba: “por favor… tal vez hubo un error, por favor… tal vez no lo vio en la lista, por favor… busque otra vez”. Todavía los escucho clamar por sus seres queridos, todavía oigo el lastimoso “por favor… por favor…”, con un deseo vívido en sus palabras: “por favor… hermano querido, madre mía, hijo amado, que estés vivo por favor…”.
Ya pasaron varios días y el agua está bajando. Algunas personas volvieron a sus casas para comenzar con la penosa y lenta reconstrucción. Observo regresar vencidos a quienes susurrando cuentan: “Afuera sólo hay barro y mal olor”; hablan de viviendas asoladas, saqueadas, y lo poco que quedó se reduce a trapos, trozos de madera, suciedad y más suciedad. Todo, todo destruido.
Sonrío cansadamente al mirar a mis hijos y a mi esposo. Le agradezco a Dios, a la vida, al destino, por estar juntos y vivos. Agradezco porque sobrevivimos a la desesperación, la angustia, la impotencia y la tristeza de la pérdida material. Agradezco por la gente solidaria, por el sol, por la vida.
Sí, todo sucedió tan rápido… Y aunque de nuestra casa no queda absolutamente nada, me siento afortunada porque jamás perdimos nuestro hogar.
Junio 2003
©Analía Pascaner
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Analía: con un lenguaje propio de los garndes escritores, has generado un clima tendo. Tenso de Belleza. Gracias. alfredo luna
ResponderBorrarMuchas gracias por leerme, mi querido Alfredo, valoro que hayas pasado por aquí.
ResponderBorrarAprecio tus palabras, las palabras de un grande. Gracias
Un abrazo, mi cariño y mis buenos deseos
Analía
Hermoso texto de un momento intenso en tu vida No lo mandes por email comentá en blog para que pueda mas gente leerte te espero en el mio
ResponderBorrarMuchas gracias por tus conceptos, Mucha, y por tu tiempo para leer mi relato.
ResponderBorrarYa pasaré por tu blog, sabés?
Un saludito
Analía
Analía, tremendo relato! Eso te sucedió de verdad? Beso
ResponderBorrarQuerida Susana:
ResponderBorrarMuchas gracias por leerme.
No, no me sucedió.
Surgió este relato al leer una noticia de las inundaciones de la ciudad de Santa Fe, en mayo del 2003, te acordás que se inundó la ciudad por la crecida de los dos ríos?
Inmediatamente luego de leer esa noticia en un diario digital, aparecieron imágenes, situaciones, angustias, quedé muy afectada y me sentí protagonista del dolor de esa gente.
Nuevamente muchas gracias, querida Susana.
Mi cariño
Analía
Hola Analia. Gracias. Leí con un nudo en la garganta esperando ansioso la firma de algún Argentino/a que viviera en Verazcruz, a la vera del Golfo de Mexico. Aquí,la semana pasada, sucedió un envestida habitual de los huracanes, con trágicos resultados.Tú captaste la angustia como si fueras una cronista desde el lugar de los hechos.Conmovido me despido.Gracias. Lucio Ernesto
ResponderBorrarEstimado Lucio:
ResponderBorrarMuchas gracias por tu lectura.
Aprecio tus generosos conceptos respecto al relato. Son muy bien recibidos, muchas gracias.
Lamentablemente, son situaciones que se viven en todos los rincones del mundo, por los huracanes, por los tsunamis, por los ríos de montaña. La naturaleza reclama nuestra atención.
Nuevamente agradecida, Lucio.
Un saludo cordial
Analía
Querida Anaía: un texto vivencial, donde la catástrofe repercute sobre lo material, pero aún más sobre lo humano, que cobra grandísima importancia(por ejemplo, cuando hablás de la solidaridad de la gente y de la pe´rdida de seres queridos)- En cuanto a la idea de "hogar", es verdad lo que decís, ´no está en un edificio , sino en los que se aman. Un texto de gran fuerza Irene Marks
ResponderBorrarMi querida Irene:
ResponderBorrarMuy agradecida por detenerte a leer mi relato.
Valoro tu comentario preciso y significativo, siempre destaco tu expresión en todos los comentarios que generosamente realizás.
Muchas gracias.
Mi abrazo y mis buenos deseos
Analía
Apreciado Remisson:
ResponderBorrarMuchas gracias por incluir mi relato en tu blog. Sos amable y generoso, me has sorprendido gratamente. GRACIAS.
La persona acerca de quien escribí este relato, hubiera estado emocionada al saber que sus ojos grises -a través de mis palabras- ahora observan desde otro sitio del planeta.
Te pido disculpas por favor por la demora en mi respuesta y agradecimiento. Sucede que desde el miércoles pasado no prendí la computadora por cuestiones personales.
Reitero mi agradecimiento, Remisson. Ha sido una noticia que me reconfortó, muchas gracias.
Te mando un saludo cordial y mis deseos que tus días transcurran de manera agradable y colmados de armonía y bendiciones.
Analía
Analía volver a leer esta anécdota me hizo vibrar como la primera vez . Es que "Todo sucedió tan rápido" .
ResponderBorrarMuchas gracias por tus conceptos, querida Ana. Te han alcanzado mis palabras y eso me gratifica profundamente. Gracias por expresarlo.
BorrarRecibí mi cariño y mis buenos deseos cada día
Analía
Es así, Analía, la cruel realidad que nos tocó vivir y lo peor, que puede volver a repetirse.
ResponderBorrarUn abrazo desde Lincoln
Bertha Carou
Gracias por tu tiempo, tu lectura, querida Bertha.
BorrarSaluditos y buenos deseos
Analía
Tragedia reciente el agua amiga y en tu bello cuento la perseverancia del amor más allá de las pérdidas impacta. Muy bello. Un abrazo Gus.
ResponderBorrarGracias querido Gusti. Aprecio tus conceptos, tu tiempo, tu lectura
BorrarMi abrazo y mis mejores deseos siemrpe
Analía
Qué realismo desgarrador! Sin embargo uno puede sonreír esperanzado.
ResponderBorrarAbrazo grande desde Valencia.
María Cristina Berçaitz
Aprecio enormemente tus palabras, querida Cristina. Miles de gracias por tus conceptos y por tu tiempo para leerme.
BorrarMi abrazo y mis mejores deseos siempre
Analía