Ojalá
no demoren mucho. Pienso vagamente al disfrutar de la sombra generosa de este
centenario árbol. No deseaba ir con mi grupo turístico, prefería descansar y comentaron
que muy pronto volverían.
Aquí
estoy, sentada en un confortable banco, sola y expectante. Me siento animada,
alegre y curiosa. Observo el movimiento de la plaza: gente caminando,
vendiendo, charlando, algunos riendo, otros gritando. Una fiesta de colores,
olores, sonidos. Una mezcla de razas, lenguas, culturas. Gente que supongo,
además también escapa del calor agobiante de las calles.
Miro
hacia mi lado, por enésima vez, y sigue allí -¡y por supuesto que ahí está!-.
Espío por la pequeña abertura. ¿Qué habrá adentro? No me atrevo a hurgar, no me
pertenece. Tan correcto el hombre, ¿cómo voy a meterme en sus cosas? Tal vez
debería haberle preguntado… Tan educado, con su ropa de marca… en impecable
inglés me explicó que regresaría en unos minutos, ¿acaso me dio motivos para
sospechar?
Ahora,
mis sentidos concentrados en descubrir el contenido, sin tocar y penetrando con
mi mirada en su interior. Distingo algo oscuro y compacto, pareciera de
plástico. Hacia un lado y algo escondido, observo eso alargado y amarillo… ¿un
cable? Percibo un tenue sonido ¿de reloj? proviniendo desde adentro. Aguzo mi
oído… ya no tengo dudas. Esfuerzo mi vista y distingo dos colores diferentes de
cables. ¡Claro que debería haber sospechado!
De
pronto el silencio es absoluto. Se desvanecen los sonidos. Se esfuman los
colores. Se diluyen los olores. Ya no hay gente. Ya no hay árboles. Ya no
siento calor. Imágenes, sensaciones, sentimientos: desordenado y vertiginoso me
está invadiendo un pasado que no pido ni quiero rememorar.
“La
eternidad es un segundo”. Algún pariente solía repetir esta sentencia cuando yo
era pequeña, y en este ínfimo instante puedo comprender la frase.
Experimento
una extraña calma mientras recuerdo que acepté cuidar una mochila ajena. Y
repentinamente todo se torna blanco y brillante. En una plaza céntrica y
concurrida, un hombre correcto y amable, una mujer sola y expectante. En
Palestina.
©Analía
Pascaner
Excelente escrito. Te felicito.
ResponderBorrarMuchas gracias, querida Marta, por tus conceptos y tu lectura.
BorrarMis cariños y mis mejores deseos
Analía
me gusto mucho...pero vos cuidaste una mochila de un desconocido ??
ResponderBorrarMuchas gracias por tu lectura.
BorrarTe conozco...?
Saludos cordiales y mis mejores deseos
Analía
Hay una verdad insoslayable, la violencia actual y otra : el Miedo general.Unir las dos cosas en una no se da siempre.Lo siniestro y el lado negativo del hombre muchas veces está escondido. ¿Se puede vivir desconfiando?, hoy SÍ.Y en un lugar de eterna ,inmemorial guerra, donde el odio reinó y reina, la exposición es mayor. Pero,la narración nos indica, en forma contundente todo y en pocas líneas. ADEMÁS(Y EN ESO CREO YO), HABLA DEL AZAR, DE ESE DESTINO QUE ALGUNOS OPINAN QUE YA ESTÁ MARCADO.Y eso aterra ya que no hay vacunas ni se sabe de paliativos.Fuerte y claro lo tuyo. Felicitaciones.
ResponderBorrarMuchísimas gracias por tu lectura, querida Haidé, por tus conceptos precisos y tu opinión personal.
BorrarUsualmente vemos tan lejanos estos conflictos, y de pronto una noticia o un viaje nos acercan a esas realidades que nos sacuden intensamente, al menos es mi caso.
Aprecio y agradezco tus palabras, Haidé.
Muchos cariños, mis mejores deseos
Analía