Un paseo cotidiano


Luciana deambulaba por calles desiertas. La joven sabía que nadie se asomaba en aquella hora del crepúsculo y ese día menos aún con la mansa llovizna que cubría al pueblo desde la noche anterior. Caminaba tarareando una canción, sin recibir miradas curiosas ni esquivar conversaciones inoportunas ni responder preguntas triviales. Ella ya conocía la soledad que se esparcía por las calles, por eso elegía ese momento del día para dirigirse hacia el campo de lavanda ubicado detrás de la estación de tren, como todas las tardes desde que descubriera esa magia celeste.
Sus padres habían decidido mudarse a ese pueblo para alejarla de su primer amor, para desintegrarle el dolor de la traición, para apartarla de la jungla de cemento, para arrancarle sus propios fantasmas. Sin embargo los fantasmas de la joven no poseían la forma de ese primer amor ni se hallaban escondidos en la ciudad: los demonios dibujaban su rostro reservado, humedecían sus ojos apagados, latían al mismo ritmo de su corazón desilusionado, se los palpaba en su piel desganada.
Luciana caminaba hacia el campo de lavanda como todas las tardes anteriores. Un sonido lejano acarició sus oídos. Se detuvo y cerró sus ojos disfrutando de ese sonido tan misterioso como conocido, tan ajeno como propio. Escuchó levemente el rechinar de las ruedas del tren y lo imaginó en su recorrido entre los campos y las montañas, absorbiendo plenamente cada paisaje y depositándolo en los parajes que recorría.
La joven se apresuró para llegar al terraplén y su corazón galopante la preparó para efectuar su inocente carrera cotidiana: cruzar las vías cuando el tren estuviera cerca y luego, ya desde el otro lado, observar a esa mole de hierro cortando el aire. Se detuvo en la pequeña lomada que contenía las cintas relucientes y grises, filosas y amenazadoras; su cuerpo mojado oscilaba liviano como un junco. Cerró sus ojos nuevamente y reconoció el sonido cada vez más cercano, invadiéndola, acallándola, invitándola.
Su destino se hallaba cerca: encontraría la libertad momentánea en el campo de lavanda detrás de las vías del tren. El tren se aproximaba raudamente y sus reflectores rasgaban la penumbra con insolencia. Observó con precaución: debía permanecer atenta pues en cuanto las luces se acercaran, ella daría los dos pequeños saltos que ahora la separaban de su sitio predilecto.
Sin embargo esa tarde no fue igual a todas las otras. Esa tarde sus quince años se deslucían, su sangre bullía con furia, su respiración se dificultaba, su corazón procuraba encontrar el ritmo de la inocencia, sus brazos colgaban como plomadas, sus piernas eran de acero, todo su cuerpo semejaba un pilar enclavado en ese terraplén. En ese atardecer, un dolor desconocido crecía dentro de sí, un dulce dolor se adueñaba de su existencia. La llovizna del crepúsculo mitigaba ese dolor ardiente que soportara desde que saliera de su casa.
Luciana observó al tren, sus párpados cedieron ante las luces que reventaron en diminutas partículas. Los demonios se reubicaron en su vida: el contorno preciso de su cuerpo, el recorrido exacto de sus venas, los laberintos implacables de su mente.
Supo que ése era el momento de cruzar e intentó correr. Los reflectores se acercaron, el piso rugió, las vías se sacudieron, los pastizales se agitaron y todo su cuerpo tembló. Luciana alcanzó a mirar el campo de lavanda apenas visible en ese gris atardecer. Percibió el aroma y se regocijó con el contraste de los colores. Los recuerdos de su vida se agolparon inquietos, las imágenes de su vida se sucedieron difusas. Su sangre corría más despacio y su alma despegaba de su cuerpo. Las ruedas de acero sacaron chispas a un destino que no estaba escrito pero que era inevitable. El tiempo se detuvo y sus sueños se desvanecieron en esos rieles. Sus ojos lloraron sin saber dónde mirar y el intrépido metal se hundió en su piel sellando las puertas de su vida.
A pocos metros de allí, un impertinente camino sinuoso se abría paso entre el celeste embriagante. Luciana comenzó a transitar ese sendero como si flotara, con sus ojos vivaces y su rostro sonriente; luego se apartó del camino y desapareció dentro del campo de lavandas.
En ese instante, un grito recorrió las calles solitarias del pueblo. En el cuarto de Luciana, su madre se hallaba de pie frente a la ventana abierta, observando un frasco y una jeringa tirados en el piso.
Nadie en el pueblo conoció jamás los senderos deambulados ni los aromas percibidos por Luciana. Nadie imaginó jamás las imágenes aprisionadas en la mente de Luciana. Nadie se enteró jamás cuáles fueron sus sueños adolescentes. Sólo se supo lo que la autopsia mostró.


Septiembre 2004

Publicado en la revista literaria con voz propia nº 5
©Analía Pascaner
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9 comentarios:

  1. Analía: Bellísimo cuento de un amor que no pudo ser. A veces querer separar al amor, significa el riesgo de perderlo todo como en este caso, Pero ella, estarà flotando sobre el campo de lavandas y escuchara el metálico sonido del tren que viene y va llevándose los reuerdos.
    Víctor Hugo Tissera

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  2. Analía, acabas de abrir mi cajón de la tristeza.
    Julio R. Hernández

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  3. Así es querido Víctor, ella siempre flotará sobre el campo de lavandas soñando con lo que no pudo ser.
    Julio: ¿será bueno o malo abrir tu cajón de la tristeza?
    Este cuento surgió en un momento muy triste de mi vida y sé que se trasluce en las palabras. Es un texto especialmente valorado y querido por mí.
    Muchas gracias a ambos por sus comentarios.
    Un cariño
    Analía

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  4. AMIGOS CON VOZ PROPIA: FELICITACIONES POR ESTAR SIEMPRE CONECTADOS CON LA PALABRA POETICA Y PARA ANALIA, TODA MI GRATITUD.
    RECIBAN ESTE CARIÑO
    DE NORMA PADRA

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  5. colegiovicentelopez@live.com25 de junio de 2010, 9:37 a.m.

    Luciana: Que le pasó a tu primer amor?

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  6. Luciana, que pasó con tu primer amor?
    CVL

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  7. Luis Alberto Battaglia25 de junio de 2010, 9:37 a.m.

    Hola, quería recrtificarte la dirección de mi buscador lahormydoc no es .com.ar sino .com o sea http://www.lahormydoc.com

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  8. ¡Que buen cuento! Muy triste.
    ¿Esta historia es verdadera?
    Un abrazo
    Martín, de Córdoba

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  9. Queridos Norma, Luis, Martín, CVL:
    Muchas gracias por su tiempo para leer mi cuento.
    Mi cariño
    Analía

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Muchas gracias por detenerte a leer mis palabras.
Deseo hayas disfrutado de mis cuentos y relatos.
Un saludo cordial
Analía