Amanecer


Descripción: Junio en CatamarcaEl lucero del alba brilla reconociéndose dueño indiscutible de la noche. El cielo aún está poblado de estrellas. Distingo la silueta negra de la majestuosa cadena del Ancasti obstruyendo el alba. Enfrente vislumbro una mole gris plomiza, la cadena montañosa del Ambato, quien adquiere todos los tonos en existencia para pintar cada milímetro de su superficie.
El guardián nocturno sigue fulgurante aunque con menor intensidad, una estrella cercana retarda su parpadeo. El cielo algo más claro les indica que pronto deberán entregarse a su sueño diurno.
El firmamento, sin brillo como si lo tapara el humo de una chimenea, deja entrever la sombra platinada de la nieve acumulada en las cimas. Escasas estrellas se animan a permanecer en la bóveda que se aclara a cada instante.
Al este el cielo se torna amarillento. Al oeste las montañas se robaron el celeste grisáceo de algún uniforme fabril, cada piedra toma un tono de gris o celeste para vestirse como más le plazca.
La mañana está quieta. Las plantas y los árboles inmóviles. La ciudad duerme aún. El silencio precede el despertar del día. Apenas se escuchan algunos ruidos lejanos.
El lucero cede su reinado al sol de manera imperceptible. Bastó apartar mi vista de la estrella pequeña para que ésta desapareciera. En lo alto, una audaz estrella titila con cautela sabiendo que pronto se consumirá su luz.
El celeste grisáceo de las montañas más lejanas se comienza a confundir con la cúpula celeste. Las cumbres más bajas toman un color gris verdoso, cual gigantesca alfombra tendida sobre una superficie despareja. Al este, la silueta del Ancasti es una línea recta trazada por una mano temblorosa.
Hacia el sur, una tenue y desteñida pincelada rosada colorea el cielo en su parte inferior, como si el humo de esa chimenea hubiera cambiado su color al trasladarse hasta allí.
Al este, el imponente corte negro del horizonte se pronuncia sobre el cielo blanco y radiante. Al oeste, el Ambato aparta lentamente su gris permitiendo la entrada de un temeroso rosado. El tapiz inferior se aclara. El volcán Manchao, centinela dormido, llama a la nieve desde su interior para nutrir la llama de la solemnidad que ostenta sobre el valle.
Momento extraño. Esa hora en que se confunde el atardecer con el amanecer. Esa hora en que no se reconoce si nos envolverá un manto negro o sobrevendrá una jornada de luz.
Las luces de la calle se apagan. Una tibieza amarilla me confirma que definitivamente comenzará un nuevo día, no hay retorno posible debajo de esta atmósfera transparente, y sin embargo el lucero sigue allí… pujando por permanecer en el poder. Las cadenas montañosas contrastan notablemente: la del este renegrida mientras la del oeste despliega gran variedad de tonos en una gama de colores que incluyen el gris, el verde y el rosado.
Un pájaro surca el cielo por primera vez, lo sigue uno más… y otro, y otro más. Su vuelo y su trinar indican el inicio de su trajín diario.
La franja rosada del sur permanece inmóvil. El firmamento desvanece el celeste intenso hacia sus bordes tomando distintos tonos de celeste, rosado, amarillo y blanco.
Siento la presencia del sol en el color de cada piedra. El Manchao comienza a teñirse de rosado. Las cumbres dejan el celeste grisáceo para ser rosadas brillantes y su contorno abrupto se recorta perfectamente en el cielo. Me empequeñezco ante el descarado cambio producido en esas montañas delante de mis ojos: del rosado al anaranjado, luego al amarillo blancuzco, segundos después al gris, terminando tan celestes como el cielo mismo, pasando a formar parte de él, ambos con superficies tan diferentes como atrayentes: una escarpada, la otra aterciopelada. El Manchao conserva una brizna amarilla que pronto lo abandonará para conservar el gris durante las horas de claridad. El sol demuestra su soberanía sobre estas montañas, al observarlas ya lo siento latir en mi piel, ya percibo cómo despeja mi aliento blanquecino.
Un brillo furioso me permite distinguir el lugar preciso por donde saldrá el sol. El cielo lo toma desde sus rayos para animarlo a gobernar el día. Un pájaro surca raudamente el celeste en dirección al sol para socorrer al cielo en su tarea. La fuerza de la corona anaranjada rompió la línea del horizonte y mi sombra estirada comienza a sentir su calor. Cuando la bola rabiosa se desprende del contorno de las montañas y esta línea retoma su continuidad, el sol se convierte en el amo irrevocable.
El cielo celeste intenso. La cadena montañosa del este verde oscuro. Las montañas del oeste con su silueta delineada en el cielo: celeste contra celeste. Los cerros cercanos verde claro. Todo exactamente como permanecerá mientras tanto el sol nos acompañe durante el día de hoy.

Junio 2003

©Analía Pascaner
.........................

3 comentarios:

  1. Diempre, un placer leerte.
    Destacable relato.
    un abrazo

    ResponderBorrar
  2. Querida Analía: El amanecer, mi momento preferido del día, está aquí detallado con magníficas imágenes y hondo sentimiento, con un gran homenaje a nuestro Padre Inti en medio de las montañas. Me ha conmovido mucho este recorrido del Sol que llega para entrar en nosotros, como muy bien lo decís para "latir en la piel".Excelente Irene Marks

    ResponderBorrar
  3. Queridas Nerina e Irene:
    Muchas gracias por sus conceptos halagadores acerca de esta descripción.
    Cada día, así veo las montañas y el cielo desde mi casa.
    Gracias por su tiempo para leerme.
    Mi cariño y mis buenos deseos siempre.
    Analía

    ResponderBorrar

Muchas gracias por detenerte a leer mis palabras.
Deseo hayas disfrutado de mis cuentos y relatos.
Un saludo cordial
Analía